27.3.10

Resiliencia - el arte de recuperar la alegría perdida

Una pareja adinerada y madura tiene una hija a la que idolatran. Siempre están obsequiándola y han contratado a todo un equipo de niñeras que se turnan para que jamás esté desatendida. Pero, a pesar de la casa de muñecas, el repertorio de juegos de jardín y los centenares de juguetes que abarrotan su cuarto, sin embargo, la niña que ahora ya tiene cuatro años parece un tanto desesperada, porque sus padres, temerosos de que algo la contrariase, jamás le han permitido tener un compañero de juegos.

La pareja suscribe la curiosa teoría de que, si logran evitar todas las situaciones estresantes, su hija acabará convirtiéndose en una persona feliz. Pero esa visión errónea les ha llevado a soslayar la relación existente entre la resiliencia y la felicidad y asumir una actitud sobreprotectora que, de hecho, constituye una forma de privación. La misma idea de que hay que evitar a toda costa el sufrimiento de los niños distorsiona la realidad y no tiene en cuenta el modo en que el niño aprende a convertirse en una persona feliz.

La investigación realizada en este sentido ha puesto de relieve que la búsqueda de una elusiva felicidad continua no es tan importante como si lo es el modo de aprender a capear las tormentas emocionales y recuperar la normalidad. El objetivo de los padres no debería ser la búsqueda de un supuesto estado artificial de felicidad continua de sus hijos, sino más bien debiera enfocarse en el modo de enseñar a sus pequeños, suceda lo que suceda, a recuperar la alegría.

Así, por ejemplo, los padres que saben reenmarcar un momento preocupante, enseñan a sus hijos un método universal que puede enseñarles a desarticular las emociones negativas. Estas pequeñas intervenciones van enseñando al niño la capacidad de enfrentarse a los problemas contemplando el lado positivo de las cosas.

Mal preparados creceremos emocionalmente si, de pequeños, no aprendemos a gestionar los inevitables contratiempos de la vida. El niño sólo desarrolla sus recursos internos aprendiendo a soportar los embates del patio de recreo, campo de adiestramiento de los altibajos de la vida cotidiana. Y, del mismo modo, el cerebro sólo domina la resiliencia social cuando el niño renuncia a mantenerse en un monótono estado de placer continuo y se acostumbra a enfrentarse a los inevitables problemas que acechan a la vida social.

El valor del estrés depende, en gran medida, del dominio que logre el niño de esa reacción, que se refleja en la tasa de hormonas ligadas al estrés. Durante las primeras semanas del año escolar, por ejemplo, los preescolares más sociables, socialmente competentes y queridos por los demás mostraron una mayor actividad en los circuitos cerebrales que desencadenan la secreción de las hormonas del estrés, lo que refleja sus esfuerzos fisiológicos para responder al reto que implica integrarse en el nuevo grupo social de sus compañeros de juego. Esa tasa declina en la medida en que el año avanza y encuentra un nicho cómodo en esa pequeña comunidad pero, en el caso de los preescolares infelices y socialmente aislados, por el contrario, siguen manteniéndose o incluso intensificándose. El aumento de la tasa de hormonas ligadas al estrés que aparece durante los nervios de las primeras semanas pone de relieve una valiosa respuesta metabólica que moviliza al cuerpo para enfrentarse a una situación problemática.

Extraído del libro: La Inteligencia Social. Autor: D.Goleman

1 comentario:

  1. Como ayudo a mis hijos ha enfrentar positivamente situaciones desagradables?

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